Pese a los cuatro balazos, RodrĂguez resiste con ayuda de una máscara de oxĂgeno. Tumbado en la camilla, respira entrecortadamente mientras la ambulancia atraviesa Veracruz a toda velocidad en direcciĂłn al hospital.
Keller piensa que sobrevivirá. Llegaron al piso franco de RodrĂguez en Veracruz justo antes del amanecer e irrumpieron por sorpresa. En la redada lo atraparon y se incautaron de cinco coches blindados, equipos de radio y su famosa pistola, una M-1911 recubierta de oro y con incrustaciones de diamantes que forman su apodo.
Ahora, uno de los Matazetas, con la cara cubierta con un pasamontañas negro, mira a Keller y pregunta:
—¿Este es uno de los pendejos que mató a la familia del teniente Córdova?
Keller asiente.
El Matazeta se vuelve hacia el enfermero que maneja la botella de oxĂgeno.
—Date la vuelta, amigo.
—¿Qué?
—Que te des la vuelta, amigo —repite.
El tĂ©cnico de emergencias duda, pero hace lo que le ordenan. El Matazeta mira a Keller, que no media palabra, y le quita la máscara de oxĂgeno a RodrĂguez. Z-20 empieza a convulsionar. Le entra el pánico y jadea:
—Quiero un sacerdote.
—Vete a la mierda —dice el Matazeta, que le deposita una jota de picas encima del corazón.